Museo de los Aretes Perdidos

Los aretes de Chayo

El 9 de mayo de 2000, en mis brazos se le quedó la vida.  ¡No pude hacer nada! La encontré sentada en su cama, con evidente muestra de dolor en el pecho y dificultad para respirar. Después de los preparativos para el sepelio y de estar casi 15 días sin dormir, ni ingerir alimentos, mis hermanas y mis hijas, decidieron que me fuera de viaje, a visitar a una gran amiga en Italia.
Su plan era desmantelar la habitación de mi madre y que cuando regresará me esperará una oficina en casa, en ese espacio donde por casi 19 años mi madre había vivido conmigo y mis hijas.

Les dije que no quería ninguna de sus pertenencias y que todo fuera repartido entre ellas.  A mi regreso, las tres me visitaron y me entregaron un pequeño paquetito.  Eran los aretes de mi madre. “De oro viejo”, como ella decía y de perlas, como siempre repetía.
 Nunca los usé. Era la sagrada presencia física de una joya que uso mi madre. En un viaje a New York, para estar con mi hija mayor, fuimos a cenar a la gran manzana, Manhattan y sentí que era la ocasión ideal para lucir los aretes de Chayo. Entramos a una tienda de venta de ropa fuera de temporada.  Me media una y otra ropa y ya luego de escoger y comprar algunas de esas prendas de vestir, nos fuimos de regreso a casa.

Casi llegando, mi hija me hizo notar que me faltaba un arete.  Desde entonces el arete se encuentra guardado en el estuchito de plata, como la invaluable muestra de la memoria perenne de mi madre.

Poesía Costurera

Gilma De León
Año, 2003





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