Heredé el nombre de mi madre, María Eugenia. No María ni Marú, sino María Eugenia, así le gustaba a ella. Cuando se enteró que iba a tener un hijo, vino a enseñarme lo que debía con un amor delicado e inconmensurable. A los tres meses de mi embarazo, le detectaron cáncer y pasé de ser cuidada a ser su cuidadora.
El día de dar a luz a mi hijo llegó y con el apuro que trajo aquella noche, noté que había perdido el arete que más me gustaba. Era de las pocas cosas que había traído de mi natal Perú. Sentí mucha tristeza, era como un mal presagio perder algo que sentía que me representaba tan bien.
Yo ingresé a la clínica a traer a mi hijo al mundo y mi mamá ingresó a otra para sellar para siempre su tratamiento y salir airosa de aquel episodio triste.
Alfonso nació el 2 de mayo de 1999, un día de elecciones nacionales, un año en que el Canal de Panamá y sus tierras volvían a los panameños. Mi madre murió a los 9 días.
Al llegar a la casa, entré a su cuarto. Había dejado todas sus pertenencias en estricto orden, sus maletas con toda su ropa como si supiera que iba a partir para siempre. Cajitas con joyitas, fotos y recuerdos con nombres propios. Y en una de ellas, estaba mi arete perdido.
El arete que me hacía sentir ser más María Eugenia, como a mi madre le gustaba.
María Eugenia Talavera
Año, 1995.